lunes, 7 de mayo de 2012

Psicoanálisis en la canchita





            Como todos los martes termine de atender en mi consultorio y me fui para la canchita de Villa Crespo, apurado por agarrar rápido el 47 y llegar como por un tubo a Chacarita, para después caminar ligero, cruzar el puente y desembocar en el ritual obsceno pero necesario de simular para mis adentros ser el arquero que nunca fui (el sucesor indiscutido de Navarro Montoya o Islas).
            Como siempre en la vida hubo que esperar, en este caso la finalización del partido anterior para poder ingresar y pelotear un rato antes de empezar el nuestro. Aproveché, dada la ocasión, para conversar con el arquero del otro equipo, un tipo de estatura baja, como yo, pero de unos reflejos y una flexibilidad corporal envidiables. Realmente para hacerle un gol había que agotar todas las posibles estiradas, anticipos, revolcones habidos y por haber de los cuales era capaz este hombre.
            Cuando entable diálogo me comentó que atajaba desde los catorce años, y tenía actualmente una molestia en su empeine del pie derecho que le dificultaba poder pegarle de lleno a la pelota. Ahondando en el tema de las lesiones y en su trayectoria deportiva me contó también que, en un partido final de un campeonato intercolegial, aproximándose al término del mismo, ya tirado en el piso y con la pelota bollando en el área, interpuso su mano entre la pelota y el botín derecho del jugador rival para evitar lo que hubiera sido el empate, pero no sin dejar que su mano sufra un fuerte revés en sus tendones para dejarle una sensación dolorosa que hasta el día de hoy perdura.
            En mi escucha de psicólogo no pude menos que indagar porqué no se hacía ver por profesionales para tratar de curar estas dolencias. Me respondió que le habían dicho que tenía que operarse, de lo contrario las molestias continuarían acompañándolo cada vez que exigiera dichas partes del cuerpo.
            Lo insté a que se operara, pero ante la negativa y su sonrisa nerviosa y sugestiva me percaté de la razón íntima que sostenía al eludir el quirófano: seguir atajando dolores físicos.  

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