Porque
no existen fantasmas sobrevolando la estratósfera, ni la biósfera, camino
suelto por Caballito en busca de que el viento acomode las estrellas. Prefiero
las bocinas y el murmullo de la gente antes que el silencio malicioso de una
habitación de hotel. Tomo una cerveza mientras me siento en el banco de una
plaza a contemplar el espectáculo: luces de a pares que van y vienen, unas para
el centro otras para el oeste, doble mano por Rivadavia y en el local de
Primera Junta hay libros de autoayuda y poesía barata, pero el problema no es
el precio sino el tiempo de un corazón perdido en Caballito con cero pesos en
el bolsillo, rodeado de consejos para un buen porvenir y ninguna cita con el
demonio.
¿Quién
es el demonio?, se preguntará el lector.
El
demonio es ese amigo gentil que te invita un trago cuando no tenés para volver
a tu casa, y como si eso fuera poco te dice lo que piensa, implacable, sin
dejar que se caigan tus ojos de su mirada.
El
demonio puede ser esa mujer que queres abrazar todas las noches, después de
volver a casa arrastrando los pies sin pasión, apagar la luz y dejar que la
sangre se entibie en un horno de barro.
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