lunes, 7 de mayo de 2012

No existen fantasmas debajo de tu caparazón de piel




            Porque no existen fantasmas sobrevolando la estratósfera, ni la biósfera, camino suelto por Caballito en busca de que el viento acomode las estrellas. Prefiero las bocinas y el murmullo de la gente antes que el silencio malicioso de una habitación de hotel. Tomo una cerveza mientras me siento en el banco de una plaza a contemplar el espectáculo: luces de a pares que van y vienen, unas para el centro otras para el oeste, doble mano por Rivadavia y en el local de Primera Junta hay libros de autoayuda y poesía barata, pero el problema no es el precio sino el tiempo de un corazón perdido en Caballito con cero pesos en el bolsillo, rodeado de consejos para un buen porvenir y ninguna cita con el demonio.
            ¿Quién es el demonio?, se preguntará el lector.
            El demonio es ese amigo gentil que te invita un trago cuando no tenés para volver a tu casa, y como si eso fuera poco te dice lo que piensa, implacable, sin dejar que se caigan tus ojos de su mirada.
            El demonio puede ser esa mujer que queres abrazar todas las noches, después de volver a casa arrastrando los pies sin pasión, apagar la luz y dejar que la sangre se entibie en un horno de barro.
             

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