miércoles, 23 de mayo de 2012

Psicólogo


Lic. Fernando Rosso
Psicólogo UBA
M.N. 46847

Un espacio para poder hablar y dar cuenta de los problemas que nos habitan, donde sin saberlo podemos desenmascarar la verdad que nos marca como sujeto y por ignorarlo le llamamos destino.
·        Atención de niños, adolescentes y adultos. Pareja, familia y grupos.
·        Tratamiento para angustias, ansiedades, inhibiciones, fobias, estrés, ataques de pánico, problemas de pareja, familiares, etc.
 Honorarios accesibles. La prioridad es trabajar el problema que convoca al paciente al espacio terapéutico, el dinero es un elemento más a trabajar, no dude en consultar, todo se puede hablar.




Solicitar turno al 15-3762-4321
Para consultas escribir a rossofernando79@gmail.com
Consultorios en Villa devoto y Belgrano

miércoles, 9 de mayo de 2012

La carta


Buenos Aires, martes 13 de marzo de 1934

Querida hermana:
                              Tal vez te extrañe esta carta y aunque mi determinación está echada, no lo hago sin temer aquello que decía el tío Miguel. Cuando mamá murió éramos demasiado niños y tuvimos que sostenernos de su sonrisa en las fotografías para no derrumbarnos; pues en ese momento comenzó el calvario. Nuestra niñez llegaba a su fin, estábamos a merced de papá, sin embargo, los libros fueron mi salvación y de ellos me aferré. Nadie mejor que vos sabe que  nunca pude llevar una vida social ni frecuentar amistades; ni ir a los clubes los días de fiesta para intentar conocer al menos una mujer y formar una familia. Solía estar en la biblioteca del barrio en la cual trabajaba, leyendo novelas románticas y de aventuras, pues allí ocurría todo lo que siempre había anhelado.
            Yo sé que nunca te atreviste a conocer a un hombre y que desde hace años te dedicas a tejer calcetines para bebés que nunca existieron, rodeada de gatos vagabundos, rescatados por vos misma de las inclemencias de la calle.
            Cuando los domingos ibas al cementerio a llevarle flores a papá después de su muerte; yo sentía que lo habías perdonado, que pensabas que se había matado por arrepentirse de las cosas que te había hecho. Si hasta el tío Miguel te daba dinero para que le compraras flores, ya que sostenía que las almas de los suicidas no descansaban en paz.       
            Tengo que confesarte algo, hermana querida. La imagen de nuestro padre me persigue sin piedad, día y noche. Sueño que se me aparece con aquel hilo de sangre aún corriéndole por la comisura mientras se ríe a carcajadas. Lo presiento en todos lados, hasta cuando salgo a caminar siento sus pasos detrás de los míos.
            Recuerdo muy bien cuando me mandaba a dormir la siesta para quedarse a solas contigo. Yo pensaba en detenerlo, pues siempre escuchaba desde mi habitación el chirrido de la cama junto al ahogo de tu llanto. A pesar de esto, nunca intervine, pues lo que papá te hacía a ti ya lo había intentado conmigo.
            Hermana mía, perdóname, en realidad papá no se suicidó. No fue él quien apretó el gatillo. Pensé que de esta manera se solucionarían todos nuestros problemas, además de vengar tu ultraje, mi ultraje. Durante mucho tiempo cavilé y cavilé cómo hacerlo parecer un suicidio.
            Ya no soporto más este tormento. He decidido ponerle fin a mi vida. Perdóname, hermana, por dejarte sola. Aunque mi alma vague como decía el tío Miguel, yo también me someto al limbo. Conserva los lindos recuerdos que pasamos de niños con mamá, sin duda fueron los más felices.
            Siempre estaré contigo.
            Antonio.   

lunes, 7 de mayo de 2012

Diferencia




            Entró al Café sin poder sacarse los anteojos oscuros y pidió un cortado, ese lugar era su refugio. Solía leer las noticias, de cuando en cuando levantaba la vista para observar a la gente pasar tras la ventana.
             Al vaciar el pocillo, sacó un cuaderno que llevaba en la cartera. En él acostumbraba a apuntar sus sueños. La noche anterior había tenido uno tan vívido que no podía dejar de recordarlo: Se veía desnuda, corriendo por las calles desiertas de Flores, tratando de llegar a ningún lugar. Luego se detenía e intentaba reiteradas veces encender un cigarrillo con un encendedor que no le daba fuego. Cansada, se proponía recomenzar la marcha cuando se volvía a dar cuenta que estaba desnuda. Aterrada, corría en dirección contraria, hacia su casa quizás, sin poder llegar.
            Cuando terminó de escribir las lágrimas la sorprendieron; se las secó por debajo de los anteojos. La mano con la que sostenía la lapicera le temblaba. Temió que la gente de las mesas vecinas pudiera verla, así que agarró rápido la cartera, dejó el dinero sobre la mesa y salió por el pasillo camino al trabajo.  
            Esa noche duplicó la dosis de medicación que el psiquiatra le había recetado. Siempre se despertaba en mitad de la noche, sofocada por algún sueño, sin poder volver a dormirse. El whisky era su compañero en el estremecedor silencio de la casa, no sólo le aliviaba el dolor del alma; entonces tuvo que volver a saborearlo para que las horas pasaran más rápido. 
            Al día siguiente regresó al Café con la cabeza embotada, volvió a ver al hombre que siempre la miraba unas mesas más allá. Ella se sintió incómoda y evadió la mirada. Lo observaba escribiendo con insistencia en su computadora portátil. La posición erguida acentuaba aún más el movimiento rítmico de los dedos, era un entrar y salir elegante, escribiendo palabras que ella se dedicaba a imaginar.
            Al rato, mientras el mozo le acercaba el tercer cortado, junto al mismo puso una servilleta con unas palabras escritas a mano: “Se lo envía el señor de aquella mesa”, dijo.

Te regalo mis ojos, a cambio de una mirada desnuda.

            Al leer el texto, levantó la vista y aún con los anteojos oscuros, dobló la servilleta y la guardó en la cartera. Sus mejillas se ruborizaron, en tanto el mozo se retiraba esbozando una sonrisa cómplice. Ella giró la cabeza hacia la mesa del hombre que la observaba con una pequeña sonrisa y que con las palmas de las manos apoyadas sobre la mesa parecía que intentaba pararse.
            Esa noche tampoco pudo dormir, sentía que la medicación ya no le hacía efecto, tampoco ayudaban los ronquidos del marido que llegaban desde la habitación; ni el sillón del living que le seguía resultando incómodo.
            A la mañana siguiente pensó en ir a desayunar a otro lado, hasta en ir a trabajar en ayunas, pero el recuerdo del papel doblado en su cartera le hizo caer en la cuenta de que no podía vivir escapando. Se arregló con indecisión pero mientras lo hacía comenzó a sentirse elegante, caminó hacia el Café. Ya en la calle contempló cómo el sol se asomaba e iba iluminando el despertar de la ciudad.
            Una vez en el lugar, volvió a ver al hombre en su rutina. Pensó que debería ser escritor. Él siempre la seguía con la mirada cada vez que abandonaba la pantalla por unos segundos. En una de esas ocasiones con una sonrisa la saludó, ella esbozó con timidez otra para luego mirar hacia la ventana.
            El mozo se acercó con una rosa. “Se la envía el señor”, fueron sus palabras. Se sintió entre sorprendida e incómoda, sin embargo, para ella este hombre tenía algo que lo diferenciaba del resto. No se animaba a mirarlo a la cara,  presentía que sus ojos la esperaban atentos; dudó unos instantes hasta que juntó coraje y decidió ir hasta la mesa de él.  
            Intentó excusarse, darle a entender que agradecía el cortejo pero que necesitaba estar sola, que no estaba pasando un buen momento. Él insistió con invitarla un café y ella no pudo negarse. Mientras lo saboreaba hablaron de sus vidas. Las agujas del reloj giraron de prisa y pronto tuvo que irse a la oficina. Se lamentó por eso, pero antes de irse él le regaló su último libro de poesías.
            En el trabajo estuvo distraída todo el día, en un momento no resistió más y tomó el libro para leerlo en el baño. Cuando estaba por la mitad, con la mano que tenía libre, alcanzó a tocarse la entrepierna casi sin darse cuenta. La estremecían los versos de amor, y los ojos de aquel hombre ahora no los podía olvidar. Así que emprendió una lectura minuciosa de cada poesía tratando de sentirse la musa inspiradora del poeta.           
            Esa misma tarde, apenas salió del trabajo, se dirigió al Café y lo buscó con la mirada, tomaron un whisky y hablaron de ellos; sin que se dieran cuenta se hizo de noche. Él la invitó a un lugar más cómodo pero ella se negó, sin embargo, al día siguiente, fue de nuevo al Café, solo que ésta vez no utilizó la escalera, sino la rampa por donde todos los días el hombre entraba con su silla de ruedas.

Psicoanálisis en la canchita





            Como todos los martes termine de atender en mi consultorio y me fui para la canchita de Villa Crespo, apurado por agarrar rápido el 47 y llegar como por un tubo a Chacarita, para después caminar ligero, cruzar el puente y desembocar en el ritual obsceno pero necesario de simular para mis adentros ser el arquero que nunca fui (el sucesor indiscutido de Navarro Montoya o Islas).
            Como siempre en la vida hubo que esperar, en este caso la finalización del partido anterior para poder ingresar y pelotear un rato antes de empezar el nuestro. Aproveché, dada la ocasión, para conversar con el arquero del otro equipo, un tipo de estatura baja, como yo, pero de unos reflejos y una flexibilidad corporal envidiables. Realmente para hacerle un gol había que agotar todas las posibles estiradas, anticipos, revolcones habidos y por haber de los cuales era capaz este hombre.
            Cuando entable diálogo me comentó que atajaba desde los catorce años, y tenía actualmente una molestia en su empeine del pie derecho que le dificultaba poder pegarle de lleno a la pelota. Ahondando en el tema de las lesiones y en su trayectoria deportiva me contó también que, en un partido final de un campeonato intercolegial, aproximándose al término del mismo, ya tirado en el piso y con la pelota bollando en el área, interpuso su mano entre la pelota y el botín derecho del jugador rival para evitar lo que hubiera sido el empate, pero no sin dejar que su mano sufra un fuerte revés en sus tendones para dejarle una sensación dolorosa que hasta el día de hoy perdura.
            En mi escucha de psicólogo no pude menos que indagar porqué no se hacía ver por profesionales para tratar de curar estas dolencias. Me respondió que le habían dicho que tenía que operarse, de lo contrario las molestias continuarían acompañándolo cada vez que exigiera dichas partes del cuerpo.
            Lo insté a que se operara, pero ante la negativa y su sonrisa nerviosa y sugestiva me percaté de la razón íntima que sostenía al eludir el quirófano: seguir atajando dolores físicos.  

Actividades con niños/as


Taller de Ludoterapia

            La propuesta del taller consiste en generar un espacio que favorezca la  exploración y el desarrollo de las capacidades creativas y espontáneas de los niños a partir de diversos juegos y actividades, tanto grupales como individuales.
Se considera sumamente enriquecedor trabajar a lo largo de la niñez las capacidades de inventar y crear con otros, encontrando nuevos modos de expresión más allá de los convencionales. Esto permite el desarrollo integral del niño haciendo hincapié en el aspecto emocional.
            La dinámica del taller permite el trabajo con niños que presenten dificultades en el aprendizaje, respecto de su conducta, para expresar sus emociones y sentimientos, pero también a todos aquellos que tengan el interés de participar de una experiencia que tiene como fin el desarrollo de la creatividad como eje terapéutico central.
A lo largo del taller se abrirá un espacio de trabajo con las familias de los niños, con el objetivo de potenciar el trabajo y compartir con ellos el recorrido singular que cada niño realice en el taller.

No existen fantasmas debajo de tu caparazón de piel




            Porque no existen fantasmas sobrevolando la estratósfera, ni la biósfera, camino suelto por Caballito en busca de que el viento acomode las estrellas. Prefiero las bocinas y el murmullo de la gente antes que el silencio malicioso de una habitación de hotel. Tomo una cerveza mientras me siento en el banco de una plaza a contemplar el espectáculo: luces de a pares que van y vienen, unas para el centro otras para el oeste, doble mano por Rivadavia y en el local de Primera Junta hay libros de autoayuda y poesía barata, pero el problema no es el precio sino el tiempo de un corazón perdido en Caballito con cero pesos en el bolsillo, rodeado de consejos para un buen porvenir y ninguna cita con el demonio.
            ¿Quién es el demonio?, se preguntará el lector.
            El demonio es ese amigo gentil que te invita un trago cuando no tenés para volver a tu casa, y como si eso fuera poco te dice lo que piensa, implacable, sin dejar que se caigan tus ojos de su mirada.
            El demonio puede ser esa mujer que queres abrazar todas las noches, después de volver a casa arrastrando los pies sin pasión, apagar la luz y dejar que la sangre se entibie en un horno de barro.
             

¿Qué busca alguien cuando consulta a un psicólogo? Crónica del turno que nunca fue.




           

            Tendría unos veinte años y estaba en primer año de la carrera de psicología. No tenía trabajo y quería empezar terapia, así que busqué en el hospital público de mi barrio, el hospital Zubizarreta, un turno para ver a un psicólogo. Recuerdo que había muchas personas en la sala de espera. Un hombre grande, alto, llamaba por orden de llegada a los allí presentes. Cada vez que alguien le preguntaba algo el hombre respondía seco: “No hay más turnos”. En su mayoría eran mujeres de mediana edad, a decir verdad yo desentonaba. La gente terminó pasando de la bronca a la risa, realmente era muy gracioso ver al psicólogo en esa posición irrevocable, casi molesto por tanta demanda de ser escuchados y recibir un trato al menos cordial. Luego de esperar alrededor de una hora, la ansiada puerta blanca se abrió y el hombre grande, de mirada cansada, piel curtida y cara limpia se asomó envuelto en un guardapolvo a medias desabrochado. Desde su planilla pronunció mi apellido. Entré soltando una risa nerviosa provocada por las miradas pícaras que las señoras me dedicaban:
“La que te espera nene”, imaginé que pensaban.
“¿De qué te reís?”, exhortó apenas nos sentamos en el consultorio improvisado. “De nada”, fue mi respuesta incómoda por el interrogatorio. Lo demás es previsible, me fui sin turno pero con su número de teléfono. Evidentemente quería que hiciera terapia con él de manera privada pero mi situación económica no me lo permitía. Luego de unas semanas lo llamé, quizás con la esperanza de encontrar algún tipo de ayuda u orientación, pero me encontré con un profesional más preocupado por si podía pagar sus elevados honorarios y al confirmarle por la negativa cortó sin otro interés.

            Decidí realizar este recorte para ser lo más claro posible. Una persona cuando consulta a un psicólogo está buscando ser escuchada. A eso estamos llamados por quien solicita nuestra atención en un primer momento. Luego vendrá el análisis inexorable, la reconstrucción de la historia familiar, los recursos terapéuticos al servicio de transformar la enfermedad en amor y trabajo, pero nada de esto puede suceder si primero no nos ofrecemos como soporte de contención afectivo, así sea con la sola presencia, dispuestos a escuchar y mostrar nuestro interés en el sufrimiento de quien nos consulta. No es una tarea sencilla pero es la que elegimos como psicólogos, siempre está la posibilidad de cambiar de profesión para aquel que no le guste ocupar este lugar tan difícil pero a la vez gratificante.  

Violencia de género





            En la actualidad atravesamos tiempos en donde como sociedad somos muchas veces testigos cómplices pasivos, víctimas, cuando no victimarios en el peor de los casos, del ejercicio de la violencia contra la mujer. Casos en los cuales ésta es maltratada física y psicológicamente, puesta en un lugar de objeto por parte del hombre, que considera a su par femenino un bien de consumo y como tal, siente el derecho de poder elegir sobre la vida de “su mujer”.
            No obstante, para entender este fenómeno social, no debemos dejar de involucrarnos como actores sociales, pues observar desde afuera, en una supuesta neutralidad pasiva, como suele ocurrir con el espectador televisivo de informativos por ejemplo, nos deja parados en un lugar fácil, sin responsabilidad aparente y objetalizados a su vez a merced del horror machista mediatizado.
            Desde los noticieros se manipula la información, transmitiendo de una manera agresiva con el fin de atraer la atención del espectador, generando un efecto de impacto la mayoría de las veces desmesurado, donde en lugar de buscar reflexionar sobre la problemática en cuestión; lo que se trata es de cautivar al teleespectador con un exhibicionismo innecesario y violento para toda la familia, sin ni siquiera respetar el horario de protección al menor en lo que respecta a las imágenes y al vocabulario empleado tanto en las noticias como en programas informativos.
            Acostumbramos a percibir estas noticias con horror, absortos por lo que nuestros oídos escuchan, al enteramos por ejemplo de que un hombre quemó a su mujer y al entrevistar a un familiar de la víctima la explicación que suele dar es que “el marido o novio era muy celoso”. No debemos dejar de pensar que estos hechos remiten a un síntoma que reproducimos como sociedad, esta violencia de género exacerbada es el resultado de la violencia mínima, cotidiana, la de todos los días. Esa que se le propina a una mujer cuando conduce su auto y al ir despacio se la insulta aduciendo que no está hecha para eso sino para lavar los platos, o aquella que reciben las docentes cuando sus alumnos sacan notas bajas en los exámenes y son atacadas por las madres de los mismos, cuando no directamente por sus dirigidos.
            En fin, todos los días las mujeres son víctimas del maltrato en todas sus formas, no nos engañemos, también cuando una mujer cumple con el status quo de belleza y se apresura para parar el colectivo que se le está yendo y el chofer hace frenar la unidad, así esté atrasado en su recorrido, es víctima de ser tratada como objeto, considerada una mercancía que puede ser consumida como cualquier otro bien, si cumple con los requisitos de tener un cuerpo y una estética física acorde con las pretendidas socialmente. En cambio, si es una mujer excedida de peso y/o de piel negra se hace el desentendido y sigue camino como si nadie hubiese estado ahí. La violencia simbólica opera tanto para una como para otra, solo que en la primera es tomada como objeto de consumo y en la segunda es discriminada por no portar con las cualidades pretendidas de belleza femenina.
            Lo que quiero decir es que la violencia es algo que se va naturalizando, todos la vamos percibiendo desde niños e inconscientemente la vamos aprendiendo como si fuera algo “normal”. Normal viene de norma, remite al “así deben ser las cosas” (la mujer en la casa fregando, cocinando, criando a los hijos, con un cuerpo perfecto y el hombre afuera trabajando) y aquella que no cumple con ésta norma es una loca o una puta, teniendo que pagar las consecuencias con algún tipo de violencia donde muchas veces no se conforma el portador con ejercerla de un modo simbólico, sino que entra en una escalada donde el grado de agresividad es cada vez mayor; y lo que en principio eran malas contestaciones o insultos, pasan a ser golpes cada vez más severos, junto con una manipulación psicológica y emocional de la víctima que queda prendida, muchas veces sin posibilidades de reaccionar para pedir ayuda, ya que el hombre es el único que aporta y mantiene económicamente el hogar y la mujer, por pensar en el bienestar material de sus hijos, prefiere evitar desarmar la pareja para no perder el sostén monetario, quedándose ella sin un sostén emocional.
            Bueno es mencionar que estos últimos casos se refieren, en su mayoría, a familias de bajos recursos y que la independencia económica de la mujer, al haber ganado terreno paulatinamente, ha llevado a que esté menos coaccionada en este punto, sin por ello dejar de ser violentada simbólica y, en el peor de los casos, físicamente.
             

La resistencia hospitalaria: Interrupciones en el consultorio



            Empecé mi primer tratamiento psicológico en el hospital Vélez Sarsfield a cargo de una amorosa licenciada que me brindo un espacio en su sobrecargada agenda hospitalaria. Recuerdo que cuando llegaba al servicio de Psicopatología la sala de espera solía estar repleta de gente, difícil era reconocer un patrón estable, a veces prevalecían las señoras de mediana edad, otras veces los jóvenes, y cuando daba la sensación de solo concurrir gente con bajos recursos económicos, uno se encontraba con personas que aparentaban ser de clase media.   
          El consultorio en el que trabajábamos era pequeño, desordenado por carpetas y papeles ilegibles para extraños, aunque cálido por su mirada contenedora que hacía las veces de Madre imaginaria para facilitar el discurrir de mi discurso, por lo general desordenado. Solía enredarme en mis propias palabras, escuchar mi voz interior y dejarla ir por miedo a encontrarme un rato con la verdad que duele y más duele cuando se calla. El silencio de ella invitaba a verme hacia adentro. Dejar de falsear la realidad. Enfrentar los fantasmas.
           Sin embargo, las interrupciones se sucedían una tras otra tras otra, casualmente cuando estaba por decir algo relevante una psicóloga entraba para buscar una historia clínica, alguien que pasaba un informe sobre un paciente internado, un profesional buscando a otro en el lugar equivocado, gente de blanco corriendo sin mirar a los costados bloqueaban lo que estaba por salir de mis entrañas.
            Tomando el concepto de resistencia creado por Freud, en donde el paciente/analizante se defiende de aquellos recuerdos reprimidos en su inconsciente, podemos pensar también en la resistencia hospitalaria que evita, con sus desbordes burocráticos, el sano desarrollo del trabajo terapéutico en el consultorio con un clima acorde al servicio que se brinda.   
          Cuando se me propuso realizar una segunda nota pensé qué cuestión podría abordar para problematisar el trabajo del psicólogo. Muchas veces las buenas intenciones y la idoneidad del profesional se ven teñidas por la desorganización hospitalaria disfrazada de laboriosidad colectiva. No nos engañemos con la demanda desbordante que sufren los consultorios, el respeto y la idoneidad profesional son primordiales e imprescindibles a la hora de ofrecer un trabajo serio en un departamento de Psicopatología o en el consultorio privado.   

La Memoria social como base de la memoria individual




            El pasado sábado 24 de marzo tuve la oportunidad de asistir a la marcha en conmemoración de los 36 años del golpe militar de 1976 realizada en Plaza de Mayo. Me reuní con mis compañeros y colegas con los cuales comparto semana a semana un espacio de estudio y trabajo social en el campo del psicoanálisis para juntos sumarnos al conjunto de miles y miles de manifestantes, con el objeto de expresar el firme compromiso con la democracia y el repudio a la dictadura militar, sostenida con el apoyo y el financiamiento de grupos económicos en un plan destructivo y terrorista en los planos económico, político, social y cultural  
            Más temprano, tuve la amargura de compartir el motivo de la marcha con personas muy cercanas y encontrarme con la triste opinión centrada en el olvido,  querer mirar hacia el futuro como si el pasado fuera algo viejo sin importancia, y cualquier referencia al mismo fuera motivo de desvío, tanto de la atención y como de la energía, cuando por delante tenemos tantos temas que resolver, esa era la justificación para semejante pensamiento.
            Nadie duda que nosotros, como sociedad y como individuos colectivos, tengamos numerosos problemas por solucionar. Desde cuestiones relativas al medio ambiente, a la distribución de la riqueza, a la igualdad de oportunidades, al derecho que todo ser tiene a una salud y una educación pública libre y gratuita, a un trabajo digno, a poder acceder a espectáculos culturales tan necesarios para enriquecer el espíritu, y podría seguir pero nada de esto invalida la memoria.
            Sin memoria, tanto a nivel individual como social, no se puede construir un futuro sin repetir aquello que tanto daño nos hizo. Somos una sociedad que ha sufrido mucho las dictaduras militares y la última ha sido la más sangrienta e inhumana de todas. Nos ha abolido la capacidad de actuar creativa y espontáneamente en las generaciones posteriores, nacidas en tiempos de la represión. Preferimos cuidarnos y someternos a un amo que nos diga lo que tenemos que hacer antes de tomar el toro por las astas y conducir el timón de nuestro barco. Necesitamos reconstruir nuestra verdad como sociedad, y la justicia es indispensable para tratar de reparar en la medida de lo posible los daños imperdonables, plagados de torturas, muertes, robos de bebés, desaparición de cuerpos, prohibición de cultura, abolición de la subjetividad a través del miedo sistemático y la obediencia a la autoridad devenida en autoritarismo.
            El juicio a la junta militar y a todos aquellos que de una u otra manera estuvieron involucrados en el asesinato, tortura, desaparición de cuerpos y robo de la identidad de personas sea de la agrupación política que sea y piense como piense, es indispensable para la reparación simbólica de una sociedad lastimada pero de pie con políticas cada vez más propicias para la inclusión social de sectores más marginales.
            Somos seres sociales y necesitamos construir y reconstruir nuestra vida social a partir de nuestra historia como sociedad. Aunque el capitalismo se obstine por poner al individuo en la cima del pedestal, es menester de nosotros, los profesionales de las ciencias humanas, pedirle a la gente una reflexión y una búsqueda de cambio. Nadie puede estar bien si su bienestar se basa en comprar el último celular o el ipad que la publicidad te vende hasta en la sopa. No se puede renegar del origen, somos latinoamericanos y sufrimos dictaduras militares apoyadas por gobiernos estadounidenses. No se puede olvidar ni perdonar y menos justificar.    

                



Conciencia de si, diario intimo y potencia en ser



         En una época como en la que vivimos, donde todo es velocidad, frenesí y enloquecimiento por llegar al lugar indicado a la hora precisa, es necesario detenerse y preguntarse por uno mismo, en primer lugar.
         Tratar de cuestionarnos si estamos conformes con nuestro modo de vida, de cómo nos vinculamos con el otro, de la manera en que experimentamos la vida en todas las partes en las que hasta ahora la venimos experimentando. Detenernos unos minutos, no demasiado (la vida debe ser vivida en acción, no solo pensada), y sincerarnos con nosotros mismos acerca de si vamos por el camino correcto. Pensar en nuestros vínculos, si nos ayudan a crecer, a superarnos día a día, o si son simples cuerpos que pululan junto a nosotros por la única necesidad de evitar la soledad y usufructuar la conveniencia material por sobre la afectiva.
         El encuentro con otros cuerpos debe necesariamente potencializar nuestra capacidad de producir, de poder hacer, más allá de uno mismo. Ese es el fin supremo de estar con el otro. Cuando yo me encuentro con vos soy mas que cuando estoy solo. Cuando digo solo me refiero a un cuerpo desconectado de cualquier otro cuerpo, cuando este último puede ser desde un amigo hasta un libro o una obra de teatro.
         Puedo estar solo en un sentido biológico, sin otro ser orgánico a mi al rededor, pero puedo estar absolutamente conectado con una obra, con un pensamiento propio, con algo que me quedo de la charla que tuve anoche con un amigo y esa sola conexión, si es buena para mi, potenciara mi poder para actuar en el mundo.  
         Por eso digo que debemos preguntarnos acerca de aquellas cosas con las cuales nos conectamos, para poder pensar si esas relaciones nos ayudan a superarnos, a ser cada día, no se si mejores, pero si mas de lo que fuimos ayer, en el sentido de ser mas abarcativos con nuestras conexiones interhumanas e interobjetales y adjudicarnos una potencia nueva, mayor. Sumar y desarrollar los vínculos que nos potencian.
         El titulo dice: “Conciencia de si, diario intimo y potencia en ser”. Hasta ahora hable de la conciencia de si a la hora de reflexionar sobre nuestras relaciones y tomar conciencia de si ellas nos ayudan a ser cada vez mas potentes o no. Y también hable de potencia en ser en relación a los cuerpos con los cuales nos vinculamos para ser cada vez mas poderosos en nuestra vida. Es decir, tener cada vez mas herramientas (afectivas, materiales, intelectuales, físicas, creativas, etc.). ¿Pero que función cumple el diario intimo en todo esto? No por casualidad lo ubique entre la conciencia de si y la potencia en ser cuando escribí el título.
         El diario íntimo ocupa un lugar vehicular en el pasaje de la conciencia de si a la potencia en ser. Mediante el diario íntimo una persona puede rastrear diariamente los acontecimientos, los encuentros que lo han favorecido, que lo han enriquecido y que también han hecho enriquecer a los demás. Pero como es muy difícil saber con mediana certeza que le pasa al otro cuando esta conmigo, creo que el análisis debe ser individual y particular. Cada uno debe pensarse a si mismo en relación a los otros (personas, libros, trabajo, deporte, escritura, arte, etc.) y sacar sus propias conclusiones.




La infancia en peligro




            La infancia funda los cimientos del individuo, de cómo transite sus primeros años dependerá en buena parte el carácter y la salud mental con la que cuente para el resto de su vida. Es indispensable para su posterior bienestar que pueda crecer en un ambiente capaz de sostenerlo y apuntalarlo en su incesante desarrollo, ya que en esa temprana edad el niño se muestra siempre ávido por conocer el mundo que lo rodea, además de su necesidad de protección debido a su dependencia prolongada.
            Los padres son los encargados de forjar las primeras identificaciones en el infantil individuo, puesto que tanto la madre como el padre son las causas de su existencia, y todo lo que de ellos provenga forjará la identidad del niño. También lo no dicho entre sus progenitores es expresado por este a través del síntoma, es decir por el sufrimiento actuado en alguna dificultad como puede ser el hecho de tener problemas de aprendizaje, de conducta, no prestar atención en clase, orinarse encima en la cama por las noches, etc.      
            Dada la sobreestimulación a la que están expuestos en los últimos tiempos, tanto en materia de tecnología (play station, juegos por computadora, juegos por Internet o conectados en red con otros niños) como de violencia visual, dado que ante la caída de los valores sociales por excelencia (la familia como célula social, el matrimonio como legalidad irrevocable del amor para toda la vida, la palabra como símbolo de honestidad intachable y el trabajo como medio primordial para el desarrollo económico y humano de toda persona), la imagen a ocupado el lugar hegemónico, mostrando un supuesto ideal de hombre: blanco, católico, occidental, exitoso y si es posible musculoso y bien parecido, y un ideal de mujer: flaca, con facciones occidentales armoniosas, cuidadora del hogar, trabajadora y simpática. De esta manera los niños se encuentran a merced de un torbellino de imágenes sin palabras o con signos de violencia y degradación sin valores simbólicos que los ayude a ordenar y delimitar sus límites.       
            Los psicólogos infantiles somos profesionales que debemos tener en cuenta este contexto social para poder abordar las problemáticas actualmente en auge, donde se insiste en medicar a chicos que supuestamente por estar demasiado inquietos no prestan atención en clase, tal vez sea más eficaz escuchar a ese niño o compartir un espacio de juego con él, incluso sumando a otros niños/as, para poder leer qué de lo que despliega en el juego tiene que ver con las dificultades que atraviesa ese chico y cómo poder leerlas para ayudarlo y trasmitírselo a los padres, ya que ellos son los referentes principales del niño y de ellos toma sus primeras características para construirse como sujeto.