viernes, 25 de febrero de 2011

El decaimiento de la tarde gris

Nublado,
llueve espeso mientras las hojas saludan
a un viejo que se le dobla el paraguas
mientras lucha contra la tempestad.
A las gotas que se le clavan en los ojos las mira
pero no las ve.
El paso es entrecortado,
como el viento al detenerlo
cada vez que vuelve a comenzar.
El almacén esta lejos,
cuatro cuadras y media,
y el ronroneo de los intersticios
busca socavar sus orígenes.
Un paso chanfleado
continúa a otro no menos enclenque.
“la vida nos enseña a esperar”
piensa mirando nada.

Golpean

Un sin fin de historias golpean en la sien,
buscan expresarse y dar sentido al momento
actual.
Pensamientos que se contradicen,
¿pero cuál es la verdad en este fondo de angustia?
Ninguna, evidentemente,
en este bar de cerveza negra y arquitectura bizarra,
con múltiples embotellamientos, máquinas de cocer atadas al suelo
y un poema por decir.

Ahora sí, después de tanto patear
queda lo nítido, lo compacto, lo sólido:
Un desayuno con un jefe copado.
Una pizza y una cerveza con un amigo sensible.
Un domingo con cinco horas de escritura jugada.
Una canción de Charly junto a dos antipáticas que miran
sin entender mientras escribo lo que lees.
Un viaje en colectivo rebobinando una película de vida.

Y qué duro dormir una tarde
después de haber trabajado hasta las doce de la noche
y luego levantarse a las seis para de vuelta
prostituirse con la idea de escribir lo que lees.
¿Pero cuántas ideas?
Ninguna, evidentemente.
Un sin fin de historias golpean en la sien,
buscan expresarse,
¿pero cuál es la verdad en este fondo de angustia?

La otra cara de Adolfo

            Rugían los techos por el bombardeo ensordecedor y los subalternos esperaban órdenes de un momento a otro. Todo había terminado, el final era inevitable, la ilusión de la raza aria llegaba a su fin. Adolfo tomó la copa de champagne para brindar por lo que no fue, miró a los ojos de su compañero inseparable, Eusebio, corresponsal de guerra durante el mandato del Fuhrer, y le dijo en un alemán cansado: “Por su cariño y su compañía incondicional”. Luego alzó la copa y la vació de un trago mientras los demás soldados miraban sin comprender. Eusebio sintió que una gota trazaba un surco en su mejilla derecha, dejando al descubierto el cariño tantas veces camuflado por las sombras de la  reverencia idealizada. El Fuhrer había sido su maestro y mentor, su vida mutó desde aquel día de neblina en el que, capturado por las fuerzas alemanas, había dado con el mandatario luego de que este leyera una carta donde describía su postura ante la guerra, como así también su ideología segregativa. El portugués pasó a formar parte del servicio secreto nazi encargado de infiltrarse en las tropas enemigas y sabotear gran parte de los ataques que buscaban ser sorpresivos.
            En las noches de bombardeos, visitaba el bunker nazi para cenar con el líder alemán. Bebían en abundancia mientras comían, al finalizar el banquete el brandy se adueñaba de la noche. La bebida corría de una copa a la otra casi sin descanso. Los ruidos se amontonaban para resonar cada vez más fuertes y cercanos. La comisura derecha de Adolfo se estiraba hacia arriba en señal de satisfacción. Luego de la cena, su servidor solía prepararle el baño en señal de gratitud. La espuma tenía la costumbre de desbordar la bañadera hasta alcanzar la alfombra del living, una vez que Eusebio se abandonaba al uso frenético de la esponja, bañando a su jefe inmaculado. La movía en círculos, con amor sagrado, a punto de cumplir por fin su deseo de grandeza: “poseer las carnes del rey”.
            Al finalizar la tarea los esperaba la alcoba. La famosa “guerra relámpago” había tenido su origen en los impulsos más bajos de su alteza. Instrumentos sodomizantes eran empleados por el virtuoso portugués, mientras los bigotes de Adolfo se estrujaban de placer con sólo pensarlo. La sesión duraba hasta la puesta del sol, pero al hombre no le alcanzaba y su rezongo se estiraba hasta entrada la mañana.
            “El sexo no es todo, mi alteza”, decía el corresponsal mientras le servía una porción de Strudel de manzana para recuperar energías. “Si seguimos así su recto tarde o temprano le pasará factura, debe aprender a domeñar sus impulsos, no es bueno abusar de lo que más queremos”, continuaba así su sermón matinal para aliviar las ansias de placer de un Adolfo para todos desconocido, menos para su sirviente sexual.
            Esos años de muerte y desidia habían traído el horror al mundo. Una vez en el bunker, cuando las horas consumían las esperanzas de poseerlo todo, la botella de champagne se vaciaba detrás de los brindis entre el amo y su servidor. La pistola tarde o temprano se descargaría en los sesos mentores del desastre. El ideólogo llegaba a su fin, y su esclavo no quería ser menos, así que cargó el arma, le sacó lustre y apuntó certero en la sien derecha de quien lo había cobijado en esas noches de bombardeos teñidos de placer. La bala atravesó el cráneo, destrozando el parietal. Las órbitas de Adolfo miraron la nada más que nunca. Acto seguido, Eusebio descargó de lleno en sus propios genitales, ya no los necesitaba. Una sonrisa se dibujó en su rostro antes de desplomarse. Eva Braun, la amante del líder, cayó en la cuenta de la vida que rodeaba al Fuhrer con solo leer esta escena final. Al desvestir a su oponente comprendió la desidia de su propia carencia.

Caer muy lentamente

            En Febrero volqué tu ausencia en todas las cosas. La casa se llenó de tristeza hasta que las paredes desbordaron lágrimas de humedad con vagos susurros de Mirlos. Marzo me aplastó, ¿qué decirte?, me atragantaba con el aire y mis pupilas se vaciaron de imágenes concretas, solo tu figura vivía en ellas. Existió en Abril una leve esperanza de renacimiento; fue apenas un espectro, esa boca milenaria ya no me pertenecía y un caudal de recuerdos, y de manchas de vos, se alborotaron en mí para volver a yacer en el sinsabor de la noche.
            Si supieras de este desaliento, la parsimonia de mis pasos, no dudarías en comprender la desidia de estos ojos al no poblar tu mirada. Mientras sostengo la pluma y la desplazo sobre el blanco del papel pienso en ese Mayo desolador. Me abstengo de llorar por miedo a olvidarte y así volver a perderte en el líquido frágil que se diluye al fundirse con la espesura de la materia.
            No digas nada, no respires siquiera, el accidente de Junio me dejó ausente, apenas si puedo escribir estas líneas con el fragor de mi conciencia desnudando la caída. Durante Julio un respirador artificial y un cóctel de medicamentos decidieron que no me vaya. Naufragué en el desvarío un par de semanas, no recuerdo bien, dicen que relaté mi vida o la de cualquier mortal con entereza y seguridad, resaltando fracasos sin dejar escapar un sollozo siquiera.
            Finalmente en Agosto recibí el alta médica. La posterior recuperación la realicé en mi domicilio, albergando dolores de todo tipo. Mis órganos crujieron de melancolía en una tarde vacía de pájaros cantores. Septiembre me alteró por demás, cambié la comida por la sonrisa de tus fotos y de ellas me alimenté. Hoy, en un día cualquiera de este Octubre gris, preparo el cese de mis funciones vitales; o lo que queda de ellas. Ya nada estimula mi respiración ni el balbuceo de este relato que será polvo, como lo soy en tu recuerdo, apenas una figura brumosa alejada de tu memoria.

Afuera, en la noche

            Primero se miró al espejo y reconoció que la mitad superior de su cuerpo estaba entera. Sus ojos caían abrazando la piel resquebrajada con la que se presentaba ante el mundo. Con el pelo revuelto, entremezclado con formas onduladas blancas y negras, y algunas mesetas de cuero liso y llano, se prestaba a ejecutar la mutilación semanal de rasurarse los pelos de la cara. Abrió la canilla del agua caliente y el chorro se fue calentando lentamente. Su boca ennegrecida con labios resquebrajados por el frío de la calle y el pucho apagado después de tantos mates lavados canturreaba un tango del Polaco, uno de esos que lloran con palabras las lágrimas del corazón. La ropa era pobre al igual que su experiencia. Las manchas marrones en el techo del baño y los azulejos rajados decoraban su vida, una lamparita temblaba. La de la derecha, súbitamente, comenzó a parpadear cuando la Gillette avanzaba lentamente sobre la piel reseca devastando barba, grasa y tiempo. Sus pupilas la seguían.
            La lamparita de la izquierda estaba quemada, apenas podía ver su rostro reflejado tenuemente en el espejo salpicado de manchas antiquísimas. No obstante todo tiene su fin - pensaba Raúl, en el segundo G de Callao mil doscientos treinta.
            La cita era a las diez y el segundero era implacable con él y con todos. Pero no tenía ropa limpia, apenas colonia barata que un amigo le obsequió en su último cumpleaños.
            Al rato, con el segundero golpeando una y otra vez, tomó los últimos pesos que le quedaban y con los mechones de pelo empapados y la cara limpia corrió hacia la inmensidad de la calle para perderse en el afuera.
            Ella estaría esperándolo en La Giralda, pero sus rodillas temblaban y en esos casos perdía el sentido de la orientación, olvidando la ubicación de las calles, los recorridos de los colectivos, la noción de la hora y la involución de sus pasos a medida que se acercaba el momento.
            Para calmar su ansiedad compró una petaca de Criadores y con paso enclenque bajó por Callao deteniéndose en la plaza Rodríguez Peña, atraído por el sabor de la luna y el aire de la ciudad cuando el verde de los árboles coquetea con la placidez de la noche.
            Se sentó en un banco para intentar aplacar el nerviosismo con sorbitos ardientes mientras pensaba si tendría alguna posibilidad.
-¿Una mujer esbelta como Marta se iba a fijar en alguien como yo? – se repetía insistente.
            De no ser por Ricardo que le había tirado el dato la otra noche en el café del Gallego, mostrándole entre mirada y mirada, puchos y ginebra, que la Colorada que se paseaba de tanto en tanto al baño o al mostrador para pedir algo, estaba déle pispiar y parlotear con su compañera de copas entre risas y carcajadas.
            Finalmente tomó coraje y luego de resoplar dos o tres veces irguió su cuerpo y caminó apresurado, renovado por el alcohol y la brisa de la noche.
            Los vehículos avanzaban a contramano de su andar, cuando sin querer fijó su mirada intermitente en las luces de un automóvil que a toda velocidad rompía con la paz urbana. El aire le acariciaba la cara suavemente y la ropa se le caía del cuerpo.
            Al llegar al bar se sentó en una mesa y pidió el diario para matar el tiempo. Entre tantas muertes el diario olía a cementerio y el café se había enfriado de tanto esperar. Luego de media hora pasó al baño, expulsó un líquido espeso y se miró al espejo. Su cara estaba gastada y limpia, una lamparita temblaba mientras una lágrima despertaba desde su pupila cansada.  

¿Qué es ser mujer?




Introducción

Se tratará de indagar, en el presente trabajo, algunos interrogantes referidos al rol de la mujer en la sociedad moderna, sobre todo en su lugar de madre.
Teniendo en cuenta un artículo periodístico obtenido del diario Pagina 12 pensaré sobre aquellas cuestiones que llevan a la mujer a desear ser madre mas allá de cualquier otra profesión, de cómo la sociedad con su imaginario social produce subjetividades femeninas en donde se instala la idea de maternidad como una cuestión necesaria y no contingente.
Reflexionaré sobre las consecuencias que generan en la mujer actual las tareas en el mundo privado y su responsabilidad para con la futura generación, teniéndola a ella como la creadora por excelencia de la sociedad venidera.


Desarrollo

En el marco de este trabajo trataré de plantear una serie de interrogantes y desarrollar algunas cuestiones que considero, a partir de largas reflexiones, pertinentes a los estudios de género.
Por un lado se me ha impuesto la siguiente pregunta: ¿por qué las mujeres dejan de lado su vida personal, sus proyectos personales, sus ganas de desarrollarse en alguna actividad social, por ocupar el rol de cuidadoras y protectoras de sus hijos durante todo su crecimiento?
Por otra parte, deberíamos pensar cuanto de responsabilidad, y cuanto de coerción social existe como para que esta situación se repita a lo largo de los años. ¿Será una imposición, será un deseo?
En el articulo periodístico obtenido del diario Página 12 el día 23 de octubre de 2007, Liliana Mizrahi relata la sensación de vacío existencial que experimento cuando sus hijos se fueron del hogar materno y sus cotidianas tareas domésticas se vieron reducidas considerablemente hasta perder de algún modo la sensación práctica de ser madre.
Máxima expresión de esto se comprueba en el interrogante que ella le plantea a sus hijos: “¿Qué haces viviendo con otra madre que no soy yo?”
Pérdida de su propia subjetividad como madre y transferencia de su rol a la mujer de su hijo, como si toda mujer que convive con un hombre inmediatamente pasara a ser también su madre. El mito mujer = madre es sostenido y recreado por toda la sociedad, hasta por las propias mujeres, ya que el mismo les da sentido a su existencia como genero femenino.
 ¿Puede ser tan fuerte el mito mujer = madre como para llenar de vació existencial a una mujer tan culta y enriquecida como esta, cuando además de ser madre cumple la labor de psicóloga, ensayista y poeta?
Evidentemente la idea de maternidad va más allá de criar a los hijos, cuidarlos y darles una formación. Las actividades sociales que pueda llegar a tener una mujer no pueden superar el rol que tiene como madre, apenas si les hace sombra.
Podemos pensar que en la sociedad moderna, la producción de subjetividad en torno a la mujer, gira en función de que esta ocupe con satisfacción y deseo el lugar de madre protectora, de esposa romántica y pasiva eróticamente, y de ama de casa sacrificada entregada al cuidado y bienestar de su familia. Esto se sostiene a partir de discursos y significaciones imaginarias sociales que dan cuenta de aquello que debe estar visibilizado y de lo que necesita ser escondido. La tarea primordial de la mujer es cuidar y criar a sus hijos, además de ocuparse de las tareas hogareñas para el bienestar de su esposo, que cansado por su trabajo en el ámbito público carece de tiempo y energía para hacerse cargo de las mismas.
Estas producciones de sentido generan también una coerción en torno a su realización como persona en el ámbito público, quedando relegada su vida, en muchas ocasiones, al territorio familiar.
El contrato conyugal se inscribe en el designio de una persona, el hombre, que se piensa como un “ser de si” y una mujer que se considera un “ser de otro”. El contrato conyugal implica una violencia simbólica del hombre hacia la mujer en donde esta última debe sacrificar su vida en el ámbito privado para que el primero pueda realizarse en el ámbito público.
Esta violencia simbólica inscripta en los lazos contractuales del matrimonio se sellan en la piel como una marca indeleble dando lugar a una agresión masoquista, vuelta contra si misma, cuando la mujer en cuestión percibe que su rol de madre no es cumplido como marca la sociedad. El goce de la mujer debe ser esencialmente místico, inherente a su condición de madre, postergando o minimizando los goces extraídos de otras practicas alternativas, ya sean sexuales, económicas, sociales o culturales.
La modernidad ha construido una idea de deseo en torno a la carencia de algo. Para la mujer se ha dicho, y el psicoanálisis es un generador de esto, que el hijo, el hombre, el pene, el regalo y el dinero son sustitutos del falo. Miembro viril masculino del cual la mujer carece y desea. Ese deseo imposible de satisfacer por completo debido a la castración constitucional ha ubicado a la mujer en una posición de inferioridad con respecto al hombre, violentando al genero femenino y justificando de algún modo los antiguos enunciados griegos que relegaban a la mujer a las tareas domésticas quitándole toda participación en el sector público y en las decisiones políticas.
Estas teorías y enunciados son instrumentos de dominación y generadores de subjetividad que naturalizan formas de ser y de desear para someter al genero femenino a un territorio especifico, el hogar, y a unas tareas especificas, cuidado de hijos y realización de tareas domésticas. Todo lo que este por fuera de estas actividades es generador de culpa, a mí entender, porque no cumplen con el mandato social, con la forma imperante de desear y de ser por parte de la mujer.
La pregunta que titula la nota periodística es el fiel reflejo de la falta, de la culpa que siente una mujer cuando su rol de madre tambalea debido a las circunstancias de la vida.
La nota se titula: “¿Seré una madre sospechosa?, dando lugar a la incertidumbre de su propio ser.
En primer lugar no puedo ser otra cosa que madre, más allá de ser psicóloga, ensayista y poeta. Lo que me da lugar a ser verdaderamente es ser madre, y no otra cosa. Todo lo demás es secundario y no merece la pena ser destacado. Casi lo único que verdaderamente importa es ser madre.
En segundo lugar la sospecha que la autora propone se sustenta en la huida de sus hijos del seno materno, con la expresión de que han cambiado de madre. La madre es alguien que se ocupa de las tareas domésticas que implican a sus hijos, como ser hacerles de comer, lavarles la ropa sucia, soportar el volumen alto de la música y el televisor encendido en los canales que muestran deportes permanentemente. Cuando estas tareas desaparecen, debido a la ausencia de los mismos, el rol de madre tambalea y se dispara la pregunta de si realmente seré una madre.
No se da lugar a otro tipo de devenir madre, para utilizar un concepto de Deleuze. De ser madre pero desde otro lugar, con otra forma. Transformarse en una madre distinta.
Parece que cuando tenemos que construir por nosotros mismos un lugar propio, mas allá del modelo recibido por la sociedad, caemos en una incertidumbre sobre nuestro propio ser. Dudamos y nos angustiamos sin pensar en que podemos ocupar un rol, pero desde otro lugar, reinventando el rol de madre en este caso, y jugándolo con otras reglas, distintas a las impuestas socialmente.


Considero que una alternativa para escapar a la violencia simbólica ejercida sobre la mujer a través de las ecuaciones simbólicas (mujer = madre, mujer = pasividad y mujer = amor romántico) es generar encuentros entre mujeres que den lugar a nuevas producciones de subjetividad.


Dice Deleuze en una de sus clases sobre Spinoza:
“Spinoza nos dice: llamo “buena” a una acción que opera una composición directa de las relaciones aun si opera una descomposición indirecta, y llamo “mala” una acción que opera una descomposición directa aun si opera una composición indirecta. En otros términos, hay dos tipos de acciones: las acciones en las que la descomposición viene como por consecuencia y no en principio, porque el principio es una composición – y eso solo vale desde mi punto de vista, porque desde el punto de vista de la naturaleza todo es composición y por eso Dios no conoce ni el mal ni lo malo -; e inversamente hay acciones que directamente descomponen y solo implican composiciones indirectamente. Este es el criterio de lo bueno y de lo malo y con ese criterio hay que vivir.”[1]  


Debemos pensar la subjetividad femenina salvaguardándola de toda posibilidad de daño, ya sea externo, por represalias ante su revelación contra el orden imperante, o interna, como se manifiesta en el presente artículo periodístico, en donde la ausencia del rol adjudicado socialmente vacía de sentido a la existencia de esta mujer.
Considero que los encuentros de mujeres pueden dar lugar a “buenas acciones”, donde la mujer pueda componer subjetividad basada en su propio bienestar, priorizando el cuidado de si, para luego pensar en que tipo de mujer quieren ser las mujeres.
Las ecuaciones simbólicas en torno a la mujer son juegos de verdad construidos socialmente que encubren el sometimiento que la sociedad moderna ejerce sobre ellas.


Dice Foucault:
“¿Quién dice la verdad? Dicen la verdad individuos que son libres, que organizan un cierto consenso y que se encuentran insertos en una determinada red de practicas de poder y de instituciones coercitivas.”[2]

Es de vital importancia poder deconstruir los discursos “verdaderos” que giran en torno a la mujer y comprender que no existe una sola manera de ejercer el rol de madre basado en la renuncia personal y en la entrega incondicional de todas las pertenencias, tangibles o no, con el fin único de sostener a una familia en el plano cotidiano y emocional.
Hay que dejar de lado la ingenuidad y entender que los discursos y la idea de verdad no son más que construcciones hechas por instituciones dominantes que necesitan de este tipo de madres.
Madres incondicionales que cuiden a sus hijos por encima de todo. Que hipotequen su futuro por el bien de sus familias sin pedir nada a cambio, ya que el amor de las esposas y madres debe ser incondicional, solo el amor de las prostitutas es comercializado.
La dialéctica Mujer de su casa-Mujer de la calle es un lindo juego de verdad para encerrar a la mujer entre dos opciones de vida. De esta forma el dominio sobre la misma se torna mucho más sencillo.
Las madres, sacralizadas como heroínas, dejan de lado sus intereses personales y se desviven por el cuidado de su familia contentándose con el papel de estabilizadoras.
 Es cierto que estas ecuaciones generan un orden social, dándole a la mujer sentido a su vida. Ella es la que cuida, cría y ama a sus hijos. Hijos paridos de su propio vientre. Cuidar de ellos es cuidar de algo de si, quizás de lo más importante. Pero esta disposición biológica de dar a luz produce efectos simbólicos que afectan la subjetividad de las mujeres. Que cuide de sus hijos no implica que cuide de si en todo sentido. La maternidad no determina que, por ser una acción que genera una composición, una vida, también sea una composición para si misma en todo sentido.
La maternidad excluye a la mujer del mundo público, por lo menos temporalmente. La vida que ha engendrado presenta una prioridad que la lleva a todo tipo de sacrificios con tal de obtener el bienestar de su hijo/a. Habría que tratar de compensar el cuidado que se le da a los hijos, con el cuidado hacia si misma, para componer buenas acciones en donde prevalezca la composición por sobre la descomposición.
Por otra parte, debemos pensar la enorme responsabilidad que la sociedad les carga a las mujeres como sujetos sociales.
Ellas deben ser aquellas que regulen el ámbito sentimentalizado del mundo privado, para que los hombres puedan tener un equilibrio emocional adecuado y de esta forma puedan cumplir con sus obligaciones en el ámbito público sin otros problemas que los surgidos en este.
La mujer, encargada de estabilizar a su pareja, no solo cuida de ella sino que al cumplir el rol de madre esta criando y reproduciendo a la próxima generación. La de una sociedad que la explota tanto como trabajadora, ofreciéndole salarios considerablemente mas bajos en relación a los de los hombres cuando tiene la posibilidad de introducirse en el ámbito público, y como encargada del bienestar físico y emocional de su familia, retribuyéndole con mas exigencias que beneficios.
El futuro de cada próxima generación recae sobre las espaldas de las mujeres, demasiado peso para tan poco reconocimiento.

Dice Ana Maria Fernández al respecto:
“Hay una íntima relación entre mundo público y mundo privado. El privado moderno –sentimentalizado- garantiza la reproducción del publico –racionalizado-; el triunfo de un individuo en este último necesita que el privado este sostenido por otro. El éxito de un varón en la vida publica esta garantizado por una mujer, generalmente su esposa.
En el caso de las mujeres profesionales –aun las mas profesionalizadas-, deben abrirse camino en la polis al mismo tiempo que deben garantizar-sostener el mundo privado. Esto implica no solo superposición de roles, sino que deben transitar por dos tipos de códigos: racionalizado y sentimental simultáneamente, por relaciones contractuales y tuteladas, por prestaciones de servicios reguladas por horarios y prestaciones no pagas; por practicas sociales que exigen autonomía de juicio y por otras que necesitan de su dependencia.”[3]

Conclución

La subjetividad de la mujer, como ser social, esta íntimamente ligada a los discursos sociales. No obstante, como se destaco en el presente trabajo, las prácticas sociales que la contienen ejercen sobre ella fuertes coerciones. El deseo de ser madre y el amor hacia sus hijos que nace en dicho acontecimiento influyen por sobremanera para que la mujer se disponga a ejercer el rol de madre con suma devoción, dejando de lado el resto de su vida. ¿Pero cuanto de esa incondicionalidad es construida por los sectores que buscan someterla y reducirla al ámbito privado, y cuanto de ese amor nace y se reproduce en las prácticas cotidianas del seno mismo de cada madre? Pienso que esta es la gran pregunta que deben tratar de formularse y responderse, por lo menos parcialmente, las madres y las mujeres en general, para hacer de la maternidad un hecho sincero y amoroso no solo para la nueva criatura sino para la madre en sí.


[1] Deleuze, Gilles. “En medio de Spinoza”, Ed. Cactus, Buenos Aires, 2006.
[2] Foucault, Michel. “Hermenéutica del sujeto”, Ed. Altamira.
[3] Ana María Fernández, “La mujer de la ilusión”,  Ed. Paidós, Buenos Aires, 2006.

Carroña

            Era medianoche cuando decidió partir, atravesando la puerta que daba a la calle. Al asomarse, el viento le escupió repetidas veces el frío de la pobreza. Se estremeció en un primer momento, encorvando su espalda hacia delante y volcando sus ojos al piso, sintió el rechinar de su mandíbula. El afuera estaba desierto, apenas se escuchaba algún televisor que anunciaba un programa sensacional, una madre le daba de comer a su hijo con impaciencia, una persona despedía la jornada con un baño. Caminó sin interés mirando un punto fijo. Una luz al fondo de la noche parecía darle ánimo.
            Llegó a La Casona y se sentó sin reparos en una silla que esperaba al costado de la barra. Unas botellas de distintos colores y formas yacían semivacías en uno de los estantes detrás del mostrador.
- Gin con tónica, por favor – pidió displicente.
- Sí, señor – respondió el mozo, yendo de inmediato a la mesa contigua.
            Miró a su alrededor y esperó tranquilo la hora de sentir que todo volvía a tener sentido de ser vivido. Que los ronquidos que venían desde adentro se ahuyentarían por completo una vez finalizada la operación. Todos se acordarían de él en ese instante. Habría entonces lugar para saborear la victoria.
            Al volcar el gin en el largo vaso de vidrio éste rebotó estrepitoso en el fondo para reposar allí después de unos instantes. Luego vino la tónica para enterrarlo definitivamente. Antes de retirarse, el mozo dejó una cubetera llena de hielitos cuadrados y brillantes que ya empezaban a mostrar las primeras gotas que nacían alrededor de toda la superficie.
            Parpadeó sobre su reloj metálico que colgaba pesado de la muñeca y comenzó a impacientarse. Eran doce y media pasadas y ella no estaba. La mujer le había dicho que su casa estaría vacía toda la noche, ya que el Pato (su esposo) tenía doble turno en el 87, y los chicos se habían ido a la casa de unos amigos. Todos parecían dormir en la ciudad. “El próximo lo voy a pedir puro”, pensó rezagado.      
            Cuando ella llegó, la cabeza le avisaba que la noche se había hecho para cualquier cosa, menos para beber y andar caminando situaciones impropias con una persona que rayaba la indolencia. Raquel olía a jazmines,  su boca era una invitación al calvario y al griterío hormonal de sus secreciones más bajas. Despedía humo azul cuando hablaba, mientras jugueteaba con un Philip Morris atado a sus dedos largos y húmedos. Comentó temas que versaban sobre quehaceres cotidianos relativos a los chicos y sus deberes escolares, el sexo deprimido por los años y la droga de los cincuenta.
            En La Casona el silencio aturdía. El mozo que los había atendido parecía atornillado en la esquina del mostrador mirando nada.
            Una vez avanzada la noche, después de varias copas, la tomó de la mano como anticipando el desenlace final.
- ¿Vamos? – sugirió con tono condescendiente. Ella levantó la mirada y balbuceó algo inentendible.  
            A las cuatro de la mañana la cama estaba revuelta y la ropa hecha un bollo parecía una isla en la inmensidad de la habitación. La mujer, desmayada, expulsaba una línea húmeda que terminaba en una mancha incolora abrazada a la sábana. Su cuerpo inmóvil mostraba la elegancia del acto puesto en escena minutos antes. Arturo se terminó de subir la bragueta con las últimas fuerzas que le quedaban y salió al patio del fondo con un cigarrillo en su boca. La luna lo espiaba de frente mientras él le escupía humo sin entenderla.
            Al otro día esperó con el mate en la mano la llegada de su esposa. Era otra de esas mañanas en las que el veneno de la noche deja sus huellas en los rostros grises del amanecer. “Llegará con olor a vodka barato y cigarrillo negro, como todas las noches, después de haber parado en Chacarita, en la terminal del 87, para encontrarse con ese hijo de mil putas y obsequiarle un turnito de yapa por los favores recibidos”, pensó resignado con una sonrisa que se le escapaba sin comprender.
            A las diez, después de vaciar la segunda pava, salió a dar una vuelta por el barrio, cansado de esperar y algo preocupado. Se sentó en un bar a tomar un café para matar el tiempo y leer las noticias. Al rato encontró al Pato junto a su mujer hablando bajito por la puerta del boliche.
            Sin bajar la mirada y con la boca negra sacó un billete y lo acostó sobre la mesa, avanzó hacia la calle y siguió a los cuerpos que se alejaban dejando como marcas el aroma a perfume de noche y gel.  
            El recorrido terminó en el colectivo del hombre fornido y melenudo que, con el cielo virgen de nubes, subió a la mujer hasta sus muslos para adueñarse de ella por tan solo dos Sarmientos sucios sin secar. Entre tanto, el canillita pasaba con su bicicleta y los diarios acuestas, repartiendo los pedidos y girando de tanto en tanto la cabeza para espiar, incrédulo, el espectáculo matutino.
            Él, ensimismado, se quedó en la esquina gimiendo mocos y lágrimas entrecortados con insultos. Su camisa estaba desabrochada hasta la mitad,  estrujada por los años y el viento.

Adolescencia, drogas y sociedad

         

          A la hora de pensar la adolescencia debemos tener en cuenta ciertos hitos ineludibles, como ser el duelo por la pérdida del lugar de privilegio en el seno familiar, donde el niño recibe toda la atención y el amor de los padres, la revolución hormonal en un organismo en pleno desarrollo, con el consecuente cambio del cuerpo infantil por un cuerpo que está en vías de convertirse en el de un adulto, y las exigencias que la sociedad le impone más allá de las posibilidades particulares de cada individuo.
            Teniendo en cuenta este último punto es importante resaltar que el adolescente no solo se enfrenta a las fragilidades propias de la edad, sino también a las carencias que actualmente debe soportar a la hora de tener que ocuparse de responsabilidades y compromisos para los cuales no está preparado, debido al endeble lugar que ocuparon los padres, y sobretodo el padre, como transmisor de valores e instaurador de la ley con el fin de que el niño adquiera cierta autonomía respecto de los mismos. 
            El ritmo vertiginoso que la sociedad actual propone, regida por las leyes del mercado y el afán del consumo, en desmedro de los ideales tradicionales del trabajo, la familia y el amor, sitúan a los adolescentes en un lugar de desvalimiento. El valor de la palabra, el esfuerzo puesto en el trabajo con miras a un futuro mejor, la cultura del ahorro y el amor para toda la vida junto con la crianza de los hijos hoy en día son sustituidos por el apabullamiento de la imagen en todas sus formas.
            La revolución tecnológica además de favorecer la capacidad de trabajo está al servicio de la compulsión al consumo, donde los tiempos de espera para obtener los resultados deseados se achican considerablemente, haciendo de la sociedad un culto a la ansiedad. La idea de esforzarse para ser alguien en la vida queda pisoteada por el deseo de obtener el último celular o la última cámara digital. El tener vino a sustituir al ser, vendiéndole una imagen esbelta en su apariencia pero miserable y aterradora en su contenido.
            La puesta en marcha de un deseo siempre insatisfecho que engaña con bienes de última generación encubre la angustia de la falta de vínculo con los otros. Ante esta realidad los adolescentes buscan pertenecer a algo (una tribu urbana, facebook) con el fin de construir una identidad para lo cual la sociedad no ofrece alternativas alentadoras. Debido a este estado de situación, el futuro se torna no solo incierto sino amenazador, con el consecuente decaimiento emocional y afectivo que esto genera.
            El consumo de drogas viene a operar como una vía de escape a la angustia por la falta de salidas. Las publicidades de cerveza, cada vez más reiteradas y con contenidos que llevan a pensar que aquel que la consume recibirá un don divino posibilitándolo de tener todo el éxito que desee, hacen mecha en la incertidumbre adolescente, provocando que elijan la bebida alcohólica para compartir con su grupo de pares y envalentonarse ante la desidia de posibilidades de futuro que la sociedad dispone.       
            Cada vez son más los adolescentes que consumen diversos tipos de sustancias tóxicas, empezando por el alcohol para continuar con la marihuana, la cocaína y el paco, cuando no los mismos psicofármacos. Las consecuencias nefastas que esto está produciendo a nivel social presenta límites insospechados, donde la misma sociedad genera su propia catástrofe retroalimentando el círculo vicioso con más publicidades sugestivas en pos del consumo y la salida fácil, sin medir consecuencias que ya dejaron de ser amenazadoras para convertirse en realidad.
            El interés por la educación y la formación cultural dejó de ser una pieza central en la vida adolescente para ubicarse como aquello que aburre y entorpece la diversión. El culto por el placer inmediato, desprovisto de cualquier tipo de razonamiento que prevea consecuencias negativas, pasó a formar parte del día a día dejando de lado todo tipo de perspectiva identitaria con un modelo a seguir.          
            En una sociedad donde las tazas de desempleo aumentan considerablemente así como el trabajo en negro, y ninguna profesión es garantía de triunfo laboral, se alienta la victoria personal y la ganancia económica para tener mayor capacidad de consumo poniendo a los adolescentes en una batalla sin cuartel con ellos mismos, en donde lo que está en juego es su veleidad narcisista ante la mirada de los otros, dejando de lado todo tipo de construcción de ideales con respecto a ellos mismos y su forma singular de interpretar el mundo e intervenir sobre él para transformarlo y hacerlo un poco más habitable.   
            Es menester de nosotros, los adultos, brindarles un abanico de posibilidades que actúen de sostén en el desarrollo emocional y laboral de los adolescentes. Sus conductas autodestructivas evidencian el sufrimiento que les ocasiona la falta de respuestas ante sus preguntas para con el hoy y el mañana.